viernes, 27 de mayo de 2016

ROMÁN FELONES SE UNE A LA FIESTA DE LA RONDALLA SANTA MARÍA HOY EN LOS ARCOS, SU PUEBLO NATAL



Román Felones Morrás (Los Arcos, 4 de febrero de 1951) es un político, historiador y profesor. Licenciado en Historia  y doctorado en Ciencias de la Educación, ha sido Director provincial de Educación y Consejero de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Navarra (1984-1991), autor de diversas obras sobre historia y geografía de Navarra y escribe habitualmente en el Diario de Navarra. Obtuvo el Premio “Parlamento de Navarra” de investigación en 1998.



A Antonio Blasco y los componentes de la 
Rondalla Santa María de Los Arcos en el recuerdo
Nuestro común amigo Ángel Inda me pide unas palabras para el homenaje que Antonio Blasco y la Rondalla Santa María van a recibir con motivo de su cincuenta aniversario. No sé si soy la persona más adecuada para hacerlo, pero en la medida que conozco de cerca la labor de Antonio y su rondalla, y tuve la suerte de colaborar durante un tiempo con ellos, me atrevo a poner por escrito algunos de mis recuerdos.





Retrotraigámonos a la década de los sesenta en Los Arcos. ¿Cómo era entonces nuestro pueblo? Una fotografía rápida nos daría la siguiente imagen: Una economía eminentemente agrícola, todavía con el “aguardiente” en la plaza como forma de contratar al personal; el comienzo de una diáspora a la ciudad, sea Pamplona, el País Vasco y en menor medida otras regiones, para trabajar en la construcción o en las nuevas industrias que se estaban instalando; una educación distribuída todavía entre las monjas y la escuela, con un número significativo de chicos que a los 10 años salían hacia los seminarios, sobre todo agustinos; otros más que iniciaban su bachiller en Logroño, con viajes de ida y vuelta cada día; el cine parroquial de don Ramiro, que animaba las tardes de los domingos con películas que se cortaban  o las cortaban con frecuencia; y una sala de fiestas Margar que empezaba a reunir a buena parte de la comarca.
En este panorama, donde la cultura apenas tenía espacio, un joven e inquieto agricultor autodidacta aficionado a la música, decidió crear algo poco usual entre nosotros: una rondalla donde los chicos y chicas de variada edad y condición pudieran desarrollar su afición.  Y lo que comenzó como una idea un poco loca, ha perdurado durante cincuenta años, hasta el momento presente.





Yo no viví sus primeros pasos. Como otros muchos, estaba en los frailes, como decíamos entonces, y pasé por Cuenca, Madrid y Zaragoza en mis diversas etapas. Pero sí recuerdo las fotos que me mandaba mi madre con mis hermanas, componentes de la rondalla, algunas intervenciones en mis vacaciones, y noticias de sus actuaciones en casa y fuera de casa. Porque si algo tuvo de bueno la rondalla fue que permitió a muchos ocupar su tiempo, aprender, disfrutar y salir a conocer otros lugares. Eso que poco a poco acabó siendo la gran familia de la rondalla.
Cuando en 1976 aprobé mis oposiciones y me destinaron al nuevo instituto de Estella, recientemente creado, tuve ocasión de vivir durante tres años en Los Arcos y fue en este tiempo donde colaboré más activamente con la rondalla.
Recuerdo auroras, intervenciones en la iglesia, algún recital y otras actividades. Yo, que había estudiado varios años de música en los conservatorios de Madrid y Zaragoza, acompañaba a la rondalla con una melódica de teclado con boquilla, un instrumento casi infantil pero muy práctico. Era lo que había.
Ahora bien, mi colaboración con la rondalla siempre la asocio al Padre Ordónez, con el que me tocó bregar en más de una ocasión. El Padre Ordónez era un hombre peculiar e inimitable. Con su sempiterna sotana y su motillo, iba y venía por Pamplona sin que nada ni nadie se le resistiera. Amigo del autostop cuando lo necesitaba, su procedimiento era expeditivo: se plantaba en medio de la carretera, paraba al coche que llegaba, se presentaba y arriba todos. Por supuesto, no faltaba conversación durante todo el viaje.




Concluiré con la salida más espectacular que recuerdo. Íbamos a Madrid en un autobús contratado para grabar un disco con la rondalla. Era un fin de semana y nos alojamos en Almazán, en una residencia juvenil que el Padre Ordónez nos había conseguido. Para compensar nuestra estancia, hicimos un desfile musical desde la residencia hasta la hermosa plaza mayor de Almazán, donde improvisamos un pequeño concierto. Prefiero no recordar la noche soriana que pasamos, porque las almohadas volaron hasta bien entrado el nuevo día. Hasta que las autoridades tuvieron que poner orden. Llegamos a Madrid y comenzamos la grabación. La cosa se complicó y el técnico, era día de fiesta, indicó que se marchaba dejando aquello empantanado. NI corto ni perezoso, el Padre Ordóñez metió su mano a la sotana y de pronto apareció ¡una botella de pacharán! que con su amplia sonrisa ofreció al huidizo técnico. Este no tuvo otro remedio que aceptar el regalo y continuar con nosotros hasta el final de la grabación.
¡Cincuenta años! ¡Cuántas cosas podrán contar los que iniciaron la empresa y todavía continúan en ella!

Por mi parte, solo deseo agradecer a Antonio su dedicación en todo ese tiempo que, para él ha sido casi toda su vida. Y a toda la rondalla, desde el primero al último, por los buenos ratos que nos han hecho pasar y los buenos recuerdos que traen a nuestros corazones. Nadie podrá dibujar los últimos cincuenta años de nuestra villa sin la rondalla. Una rondalla que lleva el nombre de las dos cosas que más nos unen a los arqueños: nuestro pueblo y Santa María.

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